lunes, 12 de diciembre de 2016

Capítulo 1

El padre le habla de la vida, del cómo reaccionar cuando las horas pasan sumidas en la ausencia, esa del gordo sabio que ve televisión. Un miércoles en la mañana del año 1990, el hijo tuvo un delicado problema en el colegio. Justo antes de salir, desde un rincón su creatividad no reparó al elaborar insultos y burlas poco higiénicas proferidas al más obeso de la clase, mostrando en ese entonces, pinceladas de un avanzado manejo en el uso de “nuevas malas” palabras. El afectado poco pensó antes correr como un jabalí suelto en un baño de tren, quien exhausto y ofendido, tras largos minutos jadea la amenaza de muerte más espeluznante del segundo básico, hasta que el colegio o la ciudad los separe.
El pequeño no sabía cómo reaccionar porque nunca se había enfrentado a una situación de ese tipo, o dicho en otras palabras, temía por su vida durante cada jornada. Con miedo miraba a los pájaros que en los árboles se veían gigantes, lagartijas indiferentes acompañando la mirada de señoras a las seis de la tarde. Nada estaba bien, no hay solución. Estoy frito (pensaba)
Doce cuadras después, antes de entrar tiene una conversación imaginaria con su madre, llena de concejos amables que sirven para obviar criterios pre adolecentes. Reacciona para abrir la puerta (sin llave) al patearla suavemente, luego entra la punta del pie izquierdo dejando el resto del cuerpo afuera, en otro lapsus. Una duda lo empuja hasta hacerlo entrar, y huele. Ya en el comedor estaba un poco más tranquilo, se acerca al sillón…
- Papá
El padre miraba la televisión mientras comía un  trozo de pan batido con margarina
-¿qué?
-¿sabes qué? Tuve un pequeño problema en la escuela, lo que pasa es que un compañero me quiere pegar porque me burlé de él
- (el padre sigue mirando la televisión y sin voltearse responde) ¿Qué le dijiste?
-No, una broma nomás
-¿Qué le dijiste?
- M…

El niño esperaba un palmetazo o por lo menos una carcajada, pero su papá estaba perdido  en otra parte, entre la tele y un recuerdo.
Algunos niños jugaban en la plaza del barrio mientras él tenía al más chico por la garganta y el resto miraba al otro hermano huir por su vida. Cerro abajo, un tercero (el moreno) toma el reloj del maleante y amenaza con dejarlo caer al abismo de 3 metros “cementerio de autitos”, tenía la  intención de...  ¿Por qué lo hacía?, no se acuerda. Reacciona
-         Mira hijo,  tienes que puro agarrarlo y sacarle la chucha
-         Pero papá , el chancho pesa más de 100 kilos
-         ¿Y qué?, a tu edad  siempre le sacaba la chucha a niños más grandes que yo.
-          ¿Cómo lo hacías?
-         espera a esté de espalda y lo tumbas de una patada en el poto.
-         ¿Y de ahí que?
-         Asegurarlo o correr.
-         ¿papá? (no responde)


El fugitivo oficial de segundo básico era seguido por el gordo y nadie más. De hecho, durante tres meses se cambió de puesto en la sala para evitar la golpiza. Casi todos los días tomaba el lápiz con la mano derecha imaginando una melodía divertida, de esas que distraen  los recuerdos y te llevan a un lugar confortable. Sin ganas de ver el fin del mundo frente a sus ojos (quedan cinco segundos) escucha el timbre y ve acercarse a una masa con orejas con cara de pato malo…

“Te voy a sacar la chucha conchetumadre”

Cuando un niño de siete años cree que todo es genial, la lluvia se lleva el calor dejando a Junio con invierno en los zapatos. Días de colegio convertidos en trozos de pan con margarina, uno a uno perdiendo sabor a cada mascada, como un chicle y su sabor, el problema dejó de ser importante. Hasta el día Miércoles.

En el arco está “Borgini”, apodo que le daban al gordo en esos años. Dos equipos de veinte y tantos jugadores por lado disputaban el partido del primer recreo. En una cancha de cemento llena de imperfecciones, los cursos de básica se llenaban de mugre durante esos felices quince minutos, libres como animales. Niños pequeños surcando la cancha y algunas fintas de talentosos volantes que se perdieron a golpes. De repente aparecía un infiltrado de enseñanza media pateando a un zurdo atrevido (en el estómago) hasta tumbarlo…  pausa, y el balón se va en un pase. El defensa y  a veces volante central, intercepta la  pelota con un movimiento coordinado del tronco, gira y avanza regateando con la pierna izquierda, ve al Juan de octavo y corre pensando que tiene un tiro antes de que lo bajen. Apunta desde fuera del área, rodeado de cabezas llenas de piojos y ansiedad, tira. La pelota de papel sale disparada y casi sin girar pega en la cara del arquero, quien ahoga el grito de gol en una caída poco elegante.

Suena el timbre para entrar a la sala. El arquero es vitoreado por sus compañeros y  le regala una mirada de perdón al defensa en su desgracia. Bajo techo hablan del partido antes de que llegue la profesora, se dicen bromas, juegan a pelear mientras relatan lo sucedido con detalles televisivos. El pequeño académico sin darse cuenta participa de la conversación al lado del gordo que olvida su enojo. Insultos que ya ni recuerda, ahora cambian de tema, el disparo, el poste, el malo, el partido, el triunfo, el recreo y los amigos. Finalmente Borgini decidió olvidar y dejar de seguirlo porque no tenía sentido (nunca dijo por qué)

La felicidad de niño a veces se posa en momentos insignificantes para un adulto promedio. Salir de la casa para jugar a piedrazos o comer helado con dinero robado son fotos de polaroid guardadas en el cajón de la alegría. Con eso basta, no hay más. El tiempo pasa no en vano y la vida continua regalando fotos. Después de la última conversación  con su padre, el hijo decidió en silencio jamás nunca volver a comunicarle algo.



Álvaro  Figueroa  Aranda

No hay comentarios:

Publicar un comentario