lunes, 12 de diciembre de 2016

Agosto
El año es una ensalada de meses cada uno con su sabor, dulces como las manzanas o hediondos a orines y sangre. Curiosamente, este se escapaba de los parámetros, ¿será por el aire marino? La ciudad de los gatos derramaba pasión en pelos y sangre que  fluían canaletas abajo, techos quejándose de noche, a gritos. Amor animal y violencia.
Hembras excitadas miraban a los machos violentos que arreglan sus problemas a manotazos para asegurarse una buena cópula. Pasiones merecidas; como un derecho propio sin permiso ni prejuicios. Una tortura constante y divertida de bestias felpudas que se toman el lugar sembrando el insomnio, mientras nadie reaccionaba, ni siquiera él. Un gato que vivía cada día como si fuera el último. A pesar de tantos gritos y reclamos de la independencia y la dependencia en su propio techo.
-         Estoy aburrida de tu adicción a la leche rancia, a los techos ajenos y a esas juntas pulguientas que tienes por amigos, gatos de mierda. Mírate todo pegoteado, hediondo a noche en celo, cuando el celo está en tu propio techo, no te vasta, no es suficiente, para ti nunca lo es.
-         Julieta, a veces a usted se le olvida que es una gata y termina comportándose como una perra,  estoy aburrido de tu adicción al compromiso, revuélcate por ahí, sobran techos y gatos, días para disfrutar y parece que tu no quieres disfrutarlos, no te aceptas, limas tus garras y te quedas acá todo el día. Me largo.
Julio toma un sorbo de leche rancia y luego mueve una pata para limpiarse los ojos pegados tras una larga noche. Mira tranquilo, como esperando una respuesta mentirosa, un recuerdo conocido, un día distinto, pero nada pasa. Arto de compartir su lugar con una  gata que espera un poco más de él. La mira indiferente y salta.
En el techo vecino, Benito despierta en una pose indecorosa, con un ojo pegado y el pelaje manchado de recuerdos pasionales. Recuerda la noche anterior, ese olor. Esa figura de gata recia e indiferente que no estaba al despertar, quizás lejos en otro techo disfrutando de  agosto como todos los gatos. Mientras, el maldito evoca esos concejos que nunca se olvidan…
Mira cucho, te lo voy a decir por última vez. En este mes se supone que los gatos deben disfrutar sin prejuicios, es decir, que tus reservas de soldados deben agotase en todo sentido y circunstancia, con cualquier gata. No tienes que gozar siempre con la misma, los gatos son así, entiéndelo,  disfrútalo y asúmelo…
Luego del lapsus y con el ojo abierto, Benito ve caer a su amigo al patio de la casa. Mientras lo ve rodeado de caninos idiotas y gente que no sabe vivir,  le dice que salte, que se mueva, pero este no puede, los años pesan y las garras han perdido su filo. Con ganas se arregla el mundo y se cuida la vida. Sube al tendedero, de ahí al muro y del muro al techo. Cuando se miran el pelaje,  la distancia saluda…
-         ¿Que te pasó en el ojo Benito?
-         Demasiada pasión
-         Te he dicho que esa gata no te conviene, idiota. Dicen que su primer agosto la dejó traumada, y desde entonces hay que sacar número para subir a su techo…
-         Y a ti, ¿hasta cuándo va a reclamar Julieta? Casi te tira unas latas por la cabeza, ¿Quién fue ahora?  kitti,  Edith, Claudia, ¿Quién?
Julio piensa en la reacción de su amigo, lo recuerda enfermo en invierno, triste en verano, y complicado buscando techo el resto del año. Cree que la mejor respuesta es la verdad, que la vía sincera le va a dar un momento de lucidez, un despertar gatuno, un ladrillo en la cabeza. Como un cenicero que los humanos les tiran a los gatos por deporte, pensando en que el golpe acierte y mate su propia conciencia. Lo piensa bien, reflexiona y miente…
-         Fue por la leche rancia y los amigotes, nada más ¡Oye…mira ¡
-         ¿Qué?
-         Esa cola moviéndose en el entretecho, parece que es Jenny…
Sin esperar una respuesta, Julio muerde la cola de Benito calculando la trayectoria del salto en línea recta hacia el placer, siguiendo el movimiento femenino que lo guía desde el entretecho. Benito enfoca con el ojo bueno y se encorva en el aire para no caer al patio…
(Interludio)
Sin ganas de quedarse a ver la función, Julio recorre los techos de la ciudad buscando respuestas. Piensa en disfrutar el día por delante mientras el viento le mueve los bigotes y menea algunos árboles desérticos. A pesar de todas las cosas que quiere sacar de su cabeza, se las arregla para estar atento. Menea sus patas para no caer a un patio (de nuevo) y en ese momento recuerda a su madre gateando techos ajenos (siempre disfrutando la vida). Algunas veces se quedaba con él para decirle…
Los lazos son muy peligrosos (le dijo en Julio antes de Agosto), aprende ahora las cosas difíciles de la vida, porque después va a ser muy tarde, cuando ya no esté vas a caminar solo. Vive siempre en agosto.
Después del casi accidente, desvía la mirada de sus pasos y la dirige hacia una gata madura  que está disfrutando sin temores de caer. Tres gatos jóvenes esperando un descuido, y ella menos ansiosa aguarda una mirada antes de saltar al siguiente techo…
Julio la observaba atento cuando un ruido en el techo vecino muestra unos gatos pequeños queriendo bajar. Su padre los toma y los deja en el centro, grita, dice que el patio es peligroso, que no deben caer, que es importante aprender antes de saltar, con  tiempo. Cuando el viento se tragaba los concejos paternos un gato pequeño cae. El padre deja el sermón y baja rápidamente sin miedo a perros ni humanos, toma a su hijo y lo sube, ¿dónde está ella?, ¿qué está haciendo?, ¿Quién sabe?, lo toma, lo abraza, bebe un poco de leche rancia y mira a una bola de pelos que cae al patio de su vecino. Desde lo alto le dice…
-         ¿Qué pasó Julio?, parece que te gusta andar metido en problemas

-         Voy a  olvidar tu comentario porque  me importa más lo que acabo de ver, ¿Quién es esa gata que está ocupada en el  techo de tus vecinos?

-         Es mi mamá.

Una estruendosa risotada suena por varias cuadras a la redonda (hasta se despiertan los perros). Empapado de goce burlesco, Julio se retuerce en el suelo disfrutando el estrés de su amigo, quien solo cuida a sus gatos porque su madre no le ayuda. Diez minutos después, ya en un techo seguro, le pide las disculpas correspondientes y escucha una historia…
Desde la llegada de su madre Sandro ha perdido el brillo, su pelaje está opaco y sus ojos rojos agotados no lo han dejado disfrutar ni un puto día del mes. La gata que compartía su techo se fue aburrida de esa madre tan demandante, por eso cuando unos gatos gitanos la invitaron a  pasa la noche en un árbol de la plaza, simplemente se fue. Más encima no se llevó a las crías, que sin leche materna y con un padre estresado reclamaban siempre por comida y cariño. Sandro dice que hace lo que puede, que no le interesa ser padre, pero lamentablemente debe serlo. De hecho, su última cita íntima se ve borrosa a principios del mes, cuando el techo era propio y las pulgas se compartían.
-         Mira Julio, te digo que esta gata me tiene arto. Será mi madre, pero quiero verla lejos, gata de mierda… ¿puedes cuidar a los gatos?

Antes de que Julio conteste, las patas del estresado animal se pierden en un entretecho cercano. La punta de su cola se va a las tinieblas y Julio, con cara de pocos amigos se queda cuidando, esperando y lamiéndose…
(Interludio)
Media hora después…
Sandro aparece con el pelaje de otro color, el  blanco invierno de hace algunos minutos ahora es un gris amarillento que lo muestra saciado y orgulloso, reposado. Conforme, después de pagar una pequeña cuota del mes, feliz se acerca a su amigo y agradecido le dice…
-         Escuché que Johnny te anda buscando, de hecho está en la plaza con su guardia personal. Dice que al encontrarte no quedarán pelos ni motivos para que sigas siendo gato. Su amigo “el adicto”  dijo lo mismo, pero se calló de un árbol antes de pronunciar la última palabra.
-         Ese pulgoso de mierda me tiene sin cuidado, está reclamando porque lo eché de mi techo cuando llegó una  mañana mientras, tú sabes.
-         Cuídate, es lo único que te puedo decir
-         Gracias…
Julio avanza cuando el atardecer comienza a saludarlo. Recordando los concejos de su madre, trata de disfrutar el aire marino mientras decide sin saber qué. Justo en el tiempo acortado cuando pasa en movimiento, se da cuenta  que sus pelos ya no tienen el mismo color. No sabe dónde va. Simplemente avanza sin saber, sin preocupaciones. La idea era salir de ese techo infernal (su techo) para olvidar la pena y la gloria de tiempos que se esfumaron como pelos de la cola. Piensa en su amigo, al que una mentira lo mantiene cuerdo en un entretecho disfrutando de su independencia. Queda poco sol, poca luz para iluminar una cabeza llena de leche rancia que se vuelve amarga (sorbos prestados), una garra indiferente. Despierta. Se da cuenta que está en la plaza y que los problemas se acercan.
Pocos gatos dejan de lado sus labores durante este mes; específicamente, el susodicho bien calificado“de mierda”, da pasos amenazantes. Como vestigios de una ira contenida del que quiere ser visto y temido por sus garras pequeñas, avanza entre las ramas consumidas de un árbol viejo. Julio en una pose calma respira, esperando el momento correcto.
 Y desde los árboles caen garras sin mesura, sin control. Puntos que traen dolor y sangre con pelos que enredan una carga de disputas bien atendidas. El miedo que nunca llegaba, por fin llegó. Julio se sintió débil por primera vez en nueve vidas, con la miraba escondida y la cola enrollada en la tierra, pidiendo ayuda al cielo de los gatos, sin respuesta, estaba solo, recibiendo la golpiza del siglo.
Pasaron algunos minutos hasta que una pequeña posibilidad cae del árbol.  Tratando de evitar la masacre, sus patas sienten la sangre que entibia desde el suelo.Tiembla. En ese momento una sombra quita la luz del cuadro y no deja ver a los gatos huyendo de los palos que caen desde una casa. Ladridos del otro lado de la cerca; humanos corriendo en ese suelo podrido. Dejando un rastro de sangre, ambos gatos se encuentran lejos del lugar, escondidos buscando calma.
Julio no puede contener la verdad, tiene que saber, es parte de su vida, parte de lo que perdió. Benito trata de sacarse esa capa de mierda que tiene en el ojo y  no puede, frustrado se lame para embellecer las zonas damnificadas por un interludio pasado, pero no puede ver claramente, todo a la mitad.  Las palabras de su amigo se escuchan sin claridad, esa claridad que mueve una garra decidida y saca la oscuridad indecisa, ahora el ojo está limpio y  escucha…
-         El problema que tengo con Julieta no tiene que ver con lo que dije antes, nada de leche rancia ni gatos. Lamentablemente para ti, esa gata por la que preguntabas, es el motivo, Verónica. Una ilusión de Agosto que brilla todo el año, pero no para ti, solo para ella y los gatos que no esperan más de su techo, eso.
Benito lo mira antes de saltar del árbol. Sin ganas de volver a mirar los techos de la misma forma enfría su cabeza para largarse y olvidar ilusiones en ese lugar que nunca fue suyo aunque quisiera, cuando daba tanto de sí mismo para recibir sordas respuestas. Ahora quería otra cosa, seguro que desde ese instante los techos de la ciudad nunca serían un hogar.
Ya entrada la noche y sin despedidas, Julio vuelve a su casa en las peores condiciones. El camino es largo de vuelta y la felicidad de una decisión tomada le saca una sonrisa. Piensa en la conversación y las consecuencias. En una nueva vida sin la gata que le ha dado tanto. Muchos intentos fueron necesarios para subir, y ahí estaba ella, disfrutando.


Álvaro  Figueroa  Aranda

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