lunes, 12 de diciembre de 2016

Agosto
El año es una ensalada de meses cada uno con su sabor, dulces como las manzanas o hediondos a orines y sangre. Curiosamente, este se escapaba de los parámetros, ¿será por el aire marino? La ciudad de los gatos derramaba pasión en pelos y sangre que  fluían canaletas abajo, techos quejándose de noche, a gritos. Amor animal y violencia.
Hembras excitadas miraban a los machos violentos que arreglan sus problemas a manotazos para asegurarse una buena cópula. Pasiones merecidas; como un derecho propio sin permiso ni prejuicios. Una tortura constante y divertida de bestias felpudas que se toman el lugar sembrando el insomnio, mientras nadie reaccionaba, ni siquiera él. Un gato que vivía cada día como si fuera el último. A pesar de tantos gritos y reclamos de la independencia y la dependencia en su propio techo.
-         Estoy aburrida de tu adicción a la leche rancia, a los techos ajenos y a esas juntas pulguientas que tienes por amigos, gatos de mierda. Mírate todo pegoteado, hediondo a noche en celo, cuando el celo está en tu propio techo, no te vasta, no es suficiente, para ti nunca lo es.
-         Julieta, a veces a usted se le olvida que es una gata y termina comportándose como una perra,  estoy aburrido de tu adicción al compromiso, revuélcate por ahí, sobran techos y gatos, días para disfrutar y parece que tu no quieres disfrutarlos, no te aceptas, limas tus garras y te quedas acá todo el día. Me largo.
Julio toma un sorbo de leche rancia y luego mueve una pata para limpiarse los ojos pegados tras una larga noche. Mira tranquilo, como esperando una respuesta mentirosa, un recuerdo conocido, un día distinto, pero nada pasa. Arto de compartir su lugar con una  gata que espera un poco más de él. La mira indiferente y salta.
En el techo vecino, Benito despierta en una pose indecorosa, con un ojo pegado y el pelaje manchado de recuerdos pasionales. Recuerda la noche anterior, ese olor. Esa figura de gata recia e indiferente que no estaba al despertar, quizás lejos en otro techo disfrutando de  agosto como todos los gatos. Mientras, el maldito evoca esos concejos que nunca se olvidan…
Mira cucho, te lo voy a decir por última vez. En este mes se supone que los gatos deben disfrutar sin prejuicios, es decir, que tus reservas de soldados deben agotase en todo sentido y circunstancia, con cualquier gata. No tienes que gozar siempre con la misma, los gatos son así, entiéndelo,  disfrútalo y asúmelo…
Luego del lapsus y con el ojo abierto, Benito ve caer a su amigo al patio de la casa. Mientras lo ve rodeado de caninos idiotas y gente que no sabe vivir,  le dice que salte, que se mueva, pero este no puede, los años pesan y las garras han perdido su filo. Con ganas se arregla el mundo y se cuida la vida. Sube al tendedero, de ahí al muro y del muro al techo. Cuando se miran el pelaje,  la distancia saluda…
-         ¿Que te pasó en el ojo Benito?
-         Demasiada pasión
-         Te he dicho que esa gata no te conviene, idiota. Dicen que su primer agosto la dejó traumada, y desde entonces hay que sacar número para subir a su techo…
-         Y a ti, ¿hasta cuándo va a reclamar Julieta? Casi te tira unas latas por la cabeza, ¿Quién fue ahora?  kitti,  Edith, Claudia, ¿Quién?
Julio piensa en la reacción de su amigo, lo recuerda enfermo en invierno, triste en verano, y complicado buscando techo el resto del año. Cree que la mejor respuesta es la verdad, que la vía sincera le va a dar un momento de lucidez, un despertar gatuno, un ladrillo en la cabeza. Como un cenicero que los humanos les tiran a los gatos por deporte, pensando en que el golpe acierte y mate su propia conciencia. Lo piensa bien, reflexiona y miente…
-         Fue por la leche rancia y los amigotes, nada más ¡Oye…mira ¡
-         ¿Qué?
-         Esa cola moviéndose en el entretecho, parece que es Jenny…
Sin esperar una respuesta, Julio muerde la cola de Benito calculando la trayectoria del salto en línea recta hacia el placer, siguiendo el movimiento femenino que lo guía desde el entretecho. Benito enfoca con el ojo bueno y se encorva en el aire para no caer al patio…
(Interludio)
Sin ganas de quedarse a ver la función, Julio recorre los techos de la ciudad buscando respuestas. Piensa en disfrutar el día por delante mientras el viento le mueve los bigotes y menea algunos árboles desérticos. A pesar de todas las cosas que quiere sacar de su cabeza, se las arregla para estar atento. Menea sus patas para no caer a un patio (de nuevo) y en ese momento recuerda a su madre gateando techos ajenos (siempre disfrutando la vida). Algunas veces se quedaba con él para decirle…
Los lazos son muy peligrosos (le dijo en Julio antes de Agosto), aprende ahora las cosas difíciles de la vida, porque después va a ser muy tarde, cuando ya no esté vas a caminar solo. Vive siempre en agosto.
Después del casi accidente, desvía la mirada de sus pasos y la dirige hacia una gata madura  que está disfrutando sin temores de caer. Tres gatos jóvenes esperando un descuido, y ella menos ansiosa aguarda una mirada antes de saltar al siguiente techo…
Julio la observaba atento cuando un ruido en el techo vecino muestra unos gatos pequeños queriendo bajar. Su padre los toma y los deja en el centro, grita, dice que el patio es peligroso, que no deben caer, que es importante aprender antes de saltar, con  tiempo. Cuando el viento se tragaba los concejos paternos un gato pequeño cae. El padre deja el sermón y baja rápidamente sin miedo a perros ni humanos, toma a su hijo y lo sube, ¿dónde está ella?, ¿qué está haciendo?, ¿Quién sabe?, lo toma, lo abraza, bebe un poco de leche rancia y mira a una bola de pelos que cae al patio de su vecino. Desde lo alto le dice…
-         ¿Qué pasó Julio?, parece que te gusta andar metido en problemas

-         Voy a  olvidar tu comentario porque  me importa más lo que acabo de ver, ¿Quién es esa gata que está ocupada en el  techo de tus vecinos?

-         Es mi mamá.

Una estruendosa risotada suena por varias cuadras a la redonda (hasta se despiertan los perros). Empapado de goce burlesco, Julio se retuerce en el suelo disfrutando el estrés de su amigo, quien solo cuida a sus gatos porque su madre no le ayuda. Diez minutos después, ya en un techo seguro, le pide las disculpas correspondientes y escucha una historia…
Desde la llegada de su madre Sandro ha perdido el brillo, su pelaje está opaco y sus ojos rojos agotados no lo han dejado disfrutar ni un puto día del mes. La gata que compartía su techo se fue aburrida de esa madre tan demandante, por eso cuando unos gatos gitanos la invitaron a  pasa la noche en un árbol de la plaza, simplemente se fue. Más encima no se llevó a las crías, que sin leche materna y con un padre estresado reclamaban siempre por comida y cariño. Sandro dice que hace lo que puede, que no le interesa ser padre, pero lamentablemente debe serlo. De hecho, su última cita íntima se ve borrosa a principios del mes, cuando el techo era propio y las pulgas se compartían.
-         Mira Julio, te digo que esta gata me tiene arto. Será mi madre, pero quiero verla lejos, gata de mierda… ¿puedes cuidar a los gatos?

Antes de que Julio conteste, las patas del estresado animal se pierden en un entretecho cercano. La punta de su cola se va a las tinieblas y Julio, con cara de pocos amigos se queda cuidando, esperando y lamiéndose…
(Interludio)
Media hora después…
Sandro aparece con el pelaje de otro color, el  blanco invierno de hace algunos minutos ahora es un gris amarillento que lo muestra saciado y orgulloso, reposado. Conforme, después de pagar una pequeña cuota del mes, feliz se acerca a su amigo y agradecido le dice…
-         Escuché que Johnny te anda buscando, de hecho está en la plaza con su guardia personal. Dice que al encontrarte no quedarán pelos ni motivos para que sigas siendo gato. Su amigo “el adicto”  dijo lo mismo, pero se calló de un árbol antes de pronunciar la última palabra.
-         Ese pulgoso de mierda me tiene sin cuidado, está reclamando porque lo eché de mi techo cuando llegó una  mañana mientras, tú sabes.
-         Cuídate, es lo único que te puedo decir
-         Gracias…
Julio avanza cuando el atardecer comienza a saludarlo. Recordando los concejos de su madre, trata de disfrutar el aire marino mientras decide sin saber qué. Justo en el tiempo acortado cuando pasa en movimiento, se da cuenta  que sus pelos ya no tienen el mismo color. No sabe dónde va. Simplemente avanza sin saber, sin preocupaciones. La idea era salir de ese techo infernal (su techo) para olvidar la pena y la gloria de tiempos que se esfumaron como pelos de la cola. Piensa en su amigo, al que una mentira lo mantiene cuerdo en un entretecho disfrutando de su independencia. Queda poco sol, poca luz para iluminar una cabeza llena de leche rancia que se vuelve amarga (sorbos prestados), una garra indiferente. Despierta. Se da cuenta que está en la plaza y que los problemas se acercan.
Pocos gatos dejan de lado sus labores durante este mes; específicamente, el susodicho bien calificado“de mierda”, da pasos amenazantes. Como vestigios de una ira contenida del que quiere ser visto y temido por sus garras pequeñas, avanza entre las ramas consumidas de un árbol viejo. Julio en una pose calma respira, esperando el momento correcto.
 Y desde los árboles caen garras sin mesura, sin control. Puntos que traen dolor y sangre con pelos que enredan una carga de disputas bien atendidas. El miedo que nunca llegaba, por fin llegó. Julio se sintió débil por primera vez en nueve vidas, con la miraba escondida y la cola enrollada en la tierra, pidiendo ayuda al cielo de los gatos, sin respuesta, estaba solo, recibiendo la golpiza del siglo.
Pasaron algunos minutos hasta que una pequeña posibilidad cae del árbol.  Tratando de evitar la masacre, sus patas sienten la sangre que entibia desde el suelo.Tiembla. En ese momento una sombra quita la luz del cuadro y no deja ver a los gatos huyendo de los palos que caen desde una casa. Ladridos del otro lado de la cerca; humanos corriendo en ese suelo podrido. Dejando un rastro de sangre, ambos gatos se encuentran lejos del lugar, escondidos buscando calma.
Julio no puede contener la verdad, tiene que saber, es parte de su vida, parte de lo que perdió. Benito trata de sacarse esa capa de mierda que tiene en el ojo y  no puede, frustrado se lame para embellecer las zonas damnificadas por un interludio pasado, pero no puede ver claramente, todo a la mitad.  Las palabras de su amigo se escuchan sin claridad, esa claridad que mueve una garra decidida y saca la oscuridad indecisa, ahora el ojo está limpio y  escucha…
-         El problema que tengo con Julieta no tiene que ver con lo que dije antes, nada de leche rancia ni gatos. Lamentablemente para ti, esa gata por la que preguntabas, es el motivo, Verónica. Una ilusión de Agosto que brilla todo el año, pero no para ti, solo para ella y los gatos que no esperan más de su techo, eso.
Benito lo mira antes de saltar del árbol. Sin ganas de volver a mirar los techos de la misma forma enfría su cabeza para largarse y olvidar ilusiones en ese lugar que nunca fue suyo aunque quisiera, cuando daba tanto de sí mismo para recibir sordas respuestas. Ahora quería otra cosa, seguro que desde ese instante los techos de la ciudad nunca serían un hogar.
Ya entrada la noche y sin despedidas, Julio vuelve a su casa en las peores condiciones. El camino es largo de vuelta y la felicidad de una decisión tomada le saca una sonrisa. Piensa en la conversación y las consecuencias. En una nueva vida sin la gata que le ha dado tanto. Muchos intentos fueron necesarios para subir, y ahí estaba ella, disfrutando.


Álvaro  Figueroa  Aranda
Capítulo 1

El padre le habla de la vida, del cómo reaccionar cuando las horas pasan sumidas en la ausencia, esa del gordo sabio que ve televisión. Un miércoles en la mañana del año 1990, el hijo tuvo un delicado problema en el colegio. Justo antes de salir, desde un rincón su creatividad no reparó al elaborar insultos y burlas poco higiénicas proferidas al más obeso de la clase, mostrando en ese entonces, pinceladas de un avanzado manejo en el uso de “nuevas malas” palabras. El afectado poco pensó antes correr como un jabalí suelto en un baño de tren, quien exhausto y ofendido, tras largos minutos jadea la amenaza de muerte más espeluznante del segundo básico, hasta que el colegio o la ciudad los separe.
El pequeño no sabía cómo reaccionar porque nunca se había enfrentado a una situación de ese tipo, o dicho en otras palabras, temía por su vida durante cada jornada. Con miedo miraba a los pájaros que en los árboles se veían gigantes, lagartijas indiferentes acompañando la mirada de señoras a las seis de la tarde. Nada estaba bien, no hay solución. Estoy frito (pensaba)
Doce cuadras después, antes de entrar tiene una conversación imaginaria con su madre, llena de concejos amables que sirven para obviar criterios pre adolecentes. Reacciona para abrir la puerta (sin llave) al patearla suavemente, luego entra la punta del pie izquierdo dejando el resto del cuerpo afuera, en otro lapsus. Una duda lo empuja hasta hacerlo entrar, y huele. Ya en el comedor estaba un poco más tranquilo, se acerca al sillón…
- Papá
El padre miraba la televisión mientras comía un  trozo de pan batido con margarina
-¿qué?
-¿sabes qué? Tuve un pequeño problema en la escuela, lo que pasa es que un compañero me quiere pegar porque me burlé de él
- (el padre sigue mirando la televisión y sin voltearse responde) ¿Qué le dijiste?
-No, una broma nomás
-¿Qué le dijiste?
- M…

El niño esperaba un palmetazo o por lo menos una carcajada, pero su papá estaba perdido  en otra parte, entre la tele y un recuerdo.
Algunos niños jugaban en la plaza del barrio mientras él tenía al más chico por la garganta y el resto miraba al otro hermano huir por su vida. Cerro abajo, un tercero (el moreno) toma el reloj del maleante y amenaza con dejarlo caer al abismo de 3 metros “cementerio de autitos”, tenía la  intención de...  ¿Por qué lo hacía?, no se acuerda. Reacciona
-         Mira hijo,  tienes que puro agarrarlo y sacarle la chucha
-         Pero papá , el chancho pesa más de 100 kilos
-         ¿Y qué?, a tu edad  siempre le sacaba la chucha a niños más grandes que yo.
-          ¿Cómo lo hacías?
-         espera a esté de espalda y lo tumbas de una patada en el poto.
-         ¿Y de ahí que?
-         Asegurarlo o correr.
-         ¿papá? (no responde)


El fugitivo oficial de segundo básico era seguido por el gordo y nadie más. De hecho, durante tres meses se cambió de puesto en la sala para evitar la golpiza. Casi todos los días tomaba el lápiz con la mano derecha imaginando una melodía divertida, de esas que distraen  los recuerdos y te llevan a un lugar confortable. Sin ganas de ver el fin del mundo frente a sus ojos (quedan cinco segundos) escucha el timbre y ve acercarse a una masa con orejas con cara de pato malo…

“Te voy a sacar la chucha conchetumadre”

Cuando un niño de siete años cree que todo es genial, la lluvia se lleva el calor dejando a Junio con invierno en los zapatos. Días de colegio convertidos en trozos de pan con margarina, uno a uno perdiendo sabor a cada mascada, como un chicle y su sabor, el problema dejó de ser importante. Hasta el día Miércoles.

En el arco está “Borgini”, apodo que le daban al gordo en esos años. Dos equipos de veinte y tantos jugadores por lado disputaban el partido del primer recreo. En una cancha de cemento llena de imperfecciones, los cursos de básica se llenaban de mugre durante esos felices quince minutos, libres como animales. Niños pequeños surcando la cancha y algunas fintas de talentosos volantes que se perdieron a golpes. De repente aparecía un infiltrado de enseñanza media pateando a un zurdo atrevido (en el estómago) hasta tumbarlo…  pausa, y el balón se va en un pase. El defensa y  a veces volante central, intercepta la  pelota con un movimiento coordinado del tronco, gira y avanza regateando con la pierna izquierda, ve al Juan de octavo y corre pensando que tiene un tiro antes de que lo bajen. Apunta desde fuera del área, rodeado de cabezas llenas de piojos y ansiedad, tira. La pelota de papel sale disparada y casi sin girar pega en la cara del arquero, quien ahoga el grito de gol en una caída poco elegante.

Suena el timbre para entrar a la sala. El arquero es vitoreado por sus compañeros y  le regala una mirada de perdón al defensa en su desgracia. Bajo techo hablan del partido antes de que llegue la profesora, se dicen bromas, juegan a pelear mientras relatan lo sucedido con detalles televisivos. El pequeño académico sin darse cuenta participa de la conversación al lado del gordo que olvida su enojo. Insultos que ya ni recuerda, ahora cambian de tema, el disparo, el poste, el malo, el partido, el triunfo, el recreo y los amigos. Finalmente Borgini decidió olvidar y dejar de seguirlo porque no tenía sentido (nunca dijo por qué)

La felicidad de niño a veces se posa en momentos insignificantes para un adulto promedio. Salir de la casa para jugar a piedrazos o comer helado con dinero robado son fotos de polaroid guardadas en el cajón de la alegría. Con eso basta, no hay más. El tiempo pasa no en vano y la vida continua regalando fotos. Después de la última conversación  con su padre, el hijo decidió en silencio jamás nunca volver a comunicarle algo.



Álvaro  Figueroa  Aranda
Cuento de Navidad.
En un mugroso barrio de clase media, una rabiosa familia se prepara para cenar. Con sillas que parecen sillones y una mesa atiborrada con más comida de la que cinco intestinos sanos pueden procesar, el esfuerzo mancomunado de algunos se ocupó de limpiar y mantener un ambiente digno de una cena tranquila y no muy borracha. Afuera desde la ventana, se ven cinco personas que hablan a ratos esperando la navidad con hambre y sed.
El papá piensa en los problemas que se avecinan. Pendiente de miradas desconfiadas que lo rodean picotea algo de la mesa o  se hace el loco al lado de la televisión. A ratos se acuerda de cosas interesantes, cuando se puede concentrar.
”Ojalá que este huevón no deje la cagá””.
Un hijo mira con rabia a sus padres porque horas antes registraron su cuarto con malas intenciones. Justo cuando él no estaba  para ver la patada que abrió la puerta, o esos veinte dedos curiosos moviendo todo lo que tenía olor a viernes. Como ese calzoncillo en el suelo que no pudo ocultar la pipa de madera. Tampoco la ventana que a medio abrir alumbraba unos trocitos de cartón aliñado sobre el televisor, y al lado, al gato regalón esquivando escobazos antes de huir a la pieza continua.
Los padres exhaustos se miran con cara de “tarea cumplida” confiscando la evidencia…
”Si vieja, es marihuana, y de la buena”
No satisfecho, el padre sigue buscando hasta  encontrar un miserable papelillo, treinta gramos de marihuana (alta en THC) y dos inofensivos tripis.
La hija mira hacia todos lados estresada por el teléfono, con ganas de quemarlo.  La verdad es que no tiene ganas de hablar con su pololo porque el regalo prometido no existe y los problemas llegarán en tres días y no hay pastillas. Mientas, se da el tiempo para compartir con el resto, siempre pensando en…  ¿qué me traerá el viejito pascuero?
El otro hijo quiere emborracharse y la mamá también.
En el momento más solemne de la velada, ellos se miran la cara con la boca llena y reflexionan. Alguien realiza comentarios acerca del hambre reinante refiriéndose a la falta de diálogo en el evento, pero el resto no sigue el tema. Simplemente todos quieren comer en paz y es difícil, porque los próximos cinco minutos inflan un globo grande y tozudo, lleno de caca.
La víctima del allanamiento, muy dolida con el hecho no da tiempo a la reflexión. En silencio cuenta cincuenta segundos después del último comentario para comenzar. Con la mano en el bolsillo derecho del pantalón toma la estampilla, luego, exageradamente esquiva el mantel de la mesa y  en un ademán vistoso muestra el ácido, después lo deposita en su boca, lentamente.
La madre trata de entender lo que pasa haciendo preguntas desparramadas en la densidad del momento. La cara del padre transforma su color hasta quedar roja. Sus ojos hinchados y lúgubres hacen que la luz de la ampolleta sea tenue por un momento. Torpemente, la hija se levanta y corre su silla hacia atrás, el hijo mayor protege su vaso contra el pecho y cubre a su madre con una tabla de cocina ahogándose en un trago de cerveza.
El padre no muy cortes le pide a su hijo… mientras el plato toma velocidad en el aire desparramando cinco pequeñas hojas de lechuga. La víctima esquiva la cena justo antes de verla explotar en la pared (silencio). Ahora, muy calmado dice que precisamente en los restos de loza destruida había puesto una segunda estampilla para ver lo que pasaba, como una sonrisa maliciosa que mira a los demás. La hija se pone de pie conteniendo una lágrima y el hijo mayor se sienta para seguir bebiendo.
El cuasi borracho aclara el plano en un momento de lucidez y por cinco segundos está ahí, lúcido. Levanta la cabeza y mira a su afrentoso hermano para decirle con la mirada que a veces es mejor guardar algunos secretos. El aludido siente que la opinión del resto no cabe dentro de su egocentrismo exacerbado, no piensa, a la mierda. Lo dice.
Sus manos se apoyan en el borde de la mesa hasta elevar el tronco dejando caer palabras  como piedras calientes. El mantel no aguanta la emoción y cambia de color cuando esa copa de vino cae de los dedos llenos de anillos. La hermana menor no puede aguantar la comida que sale eyectada hasta caer en la cara del perro. El padre tiene los ojos cerrados y la mente bloqueada, se fue el audio pensó. Oculto en un recuerdo lindo disfruta de la melodía intensa que lo calmaba, cuando no podía dormir. Sentado puede mantener la mirada dos segundos antes de bajar el orgullo mostrando su frente y las manos en ella.
Todos escucharon esas cuatro palabras, simples y agresivas. La madre no pedía explicaciones, simplemente negaba con la cabeza lo que sabía hace mucho tiempo. Pasada la medianoche, ella frotaba sus manos heladas buscando otra realidad, con la mirada perdida en la pared sin escuchar los ladridos del perro.
Tras una media hora de gritos y calma, el padre no pudo resistir los ataques de risa imprudente que el vetusto alucinógeno le regalaba. Una fiesta de colores salía desde y hacia todos lados adornando la mesa. Él, con el cuello curvado atendía palabras sordas y espasmos ruidosos que hurgaban sus recuerdos de juventud. A su izquierda, la hija queda en blanco por un minuto, pero  luego lo insulta como si fuera un personaje de Cortázar, con un brazo al cielo y el otro armado, apunta el cuchillo, pero falla. El chef la mira satisfecho y el otro hijo sigue bebiendo como si fuera la noche de año nuevo.
Es difícil describir la entrega de regalos porque entre tantos insultos, pocas frases prudentes se dijeron. Imaginar que tantas personas no lleguen a golpes directos por miedo a sangrar, algo parecido a saber que su nombre vive en otro lugar. A cambio, decidieron arrojar los obsequios al techo y sobre la mesa, otros se fueron directo a la basura, recinto público donde los gatos jugaban con envoltorios de papel, llenos de vómito. Y en el piso, ese juguete de antaño que termina tendido en la manos de un borracho que lo abre… y dice
”Oye viejo, estoy casi en los treinta y me estás regalando esta cagá de autito…”
Como quienes calman la sed, todos los estresados comienzan a beber. El vidrio emite sonidos extraños que parecen tintineos de cordura envasada, cuando la voluntad fermentada busca una tregua, pero con premura. Veinte vasos después, el diálogo entra en razón, pero se ve borroso. El padre un poco menos eufórico trata de dar explicaciones (vanas) hasta que se pierde hablando de perros vagos en Checoslovaquia. La madre apoya la cabeza en sus manos refrenando el escándalo entre una mordida de labios y un buen recuerdo. Aunque el resto no entiende el discurso, de todas formas deciden dar una oportunidad al viejo, pero al escuchar los beneficios del consumo diario de vino en caja, deciden volver a insultarlo.
El hijo borracho encuentra otro momento de luz necesaria para manifestarse. En otras palabras, deja su vaso de cerveza y lo cambia por uno de vodka. Mira a todos y dice…
“hace unos días ¿se acuerdan?... le dije a mi mamá conversando de la familia, que... lo difícil es…  porque… Las cosas pasan… correcto, incluso… mierda…  lo difícil es… a pesar de que…  hace rato… pero… lo que todos merecemos…
El padre se calmó durante tres horas para regalar un poco de sí mismo, de sus miedos y aprensiones. Una historia repleta de detalles, perdones y llanto…
Después del discurso, el resto de los afectados hace caso omiso a la petición de perdón y deciden seguir insultando. Incluso, una afectada  termina su velada, parada frente a una camioneta relativamente nueva, con un martillo en la mano.
Al día siguiente, el humo que salía de la cocina hacia irrespirable el aire de la cuadra. En el patio, las botellas con sus respectivos olores espantaban a todo ser vivo que se acercara. Dentro de la casa, los recuerdos deambulaban como si fueran moscas de campo, desprendiendo un olor a ceniza y vómito que alejaba hasta al más malo de los espíritus que se alimentan del sufrimiento humano. Paredes arriba, el techo amaneció con un nuevo tragaluz justo en el centro, donde una rueda completa se sostenía por inercia. Abajo,  el espejo del baño mostraba la imagen del padre en el piso,  apuntado a la última pieza que ahora estaba vacía.


Álvaro  Figueroa  Aranda
Sin  Vergüenza

Mira como la gente se sienta cada una en su mesa casi sin pensar. Se miran como idiotas, algunos pensando en la culpa, otros en la vergüenza, y otros… simplemente no piensan. Ellos, esperando que la noche les regale una sonrisa de mañana, llenos de fotos nocturnas imaginan un desayuno a solas o acompañados, ¡que sarta de estupideces¡ ¿supongo que estamos de acuerdo?, ¿o no? Te apuesto una pinta a que estás pensando en él. Tan tranquila por fuera con todos (menos conmigo) comiendo chocolates y tomando cerveza.
-         Pero si tú me los diste, además, este es el tercero que te comes, estamos en un bar y llevas tres litros de cerveza y  medio kilo de eso…
-         No te alejes del tema, ¿Estabas pensando en él?
-         No
-         No te creo, traga primero.
-         Sucio
-         ¿Te acuerdas de ese día?  cuando nos pusimos un poco más cariñosos.
-         Si
-         ¿Vergüenza?
-         Nada
-         ¿Entonces?, para que tantos problemas por un idiota que no vale la pena, disfruta, mirate, eres la mujer más bella del lugar y estás pensando en un gnomo cuando las respuestas llegarán en media hora acompañadas de…
-         Olvídalo
-         ¿Cómo olvido  algo que nunca pasó?
-         ¿Hablamos de la mañana o de ese día?
-         Ambos
-         Mierda.
En el bar, ambos sentados hablándose a mirandas, analizan a los individuos del local.
-         Por ejemplo, ella se mira las uñas, pero nunca supiste que lo mandó a la chucha hace media hora.
-         ¿Cómo?
-         Es simple, tomó la decisión hace mucho y ahora  está esperando la salida.
Motivado por un descuido y algunas miradas dirigidas, el individuo sintió el deseo de presumir sus dotes. Y en un parpadeo, muy ganoso se ve caminando por inercia hacia una dama disponible, aunque ella lo veía de otra forma:
Desprovisto de calcetines y un zapato, él se mantenía de pie luciendo una polera manchada de vino, con un cardenal en el cuello y una herida en el codo

-         ¡Hola preciosa¡ (con hálito de cóctel nocturno más carne aliñada con olor a marihuana importada).
-         Lo más difícil de decir es… (ella lo interrumpe).
-         ¿Cómo crees que con esa pinta voy a conversar contigo?
Sonriendo como si nada malo pasara, él vuelve a su mesa, con la mirada calmada sin mostrar emoción alguna…
-         ¿Vamos?
-         A donde…
-         A mi casa por supuesto
-         ¡Acaso no tienes vergüenza¡
-         No
-         Loquillo, ¡Mírate¡, andas como un cadáver caminando y piensas en seguir hueviando
-         ¿Y por qué eso es malo?
-         Mira las cagás de preguntas que andas haciendo
-         No son cagás, es una forma positiva de ver las cosas
-         ¿Positiva? y… ¿La vergüenza?
-         ¿Qué es eso?
-         Acaso no sabes, ¿No la conoces?
-         Te acuerdas de ese día…
-         Y  de nuevo con ese día…
-         Bueno, lo importante, es que después de ese día decidí no volver a sentir vergüenza (miente)
-         Así, ¿Tan fácil?
-         Si
-         No te creo
-         Es cierto, date cuenta de que la mayoría de la gente vergonzosa se olvida de disfrutar, se limita a dormir y  trabajar,  preocupada del que dirán, de lo que piensa el resto… ¿A quién chucha le importa eso?
-         A mí
-         No debería
-         ¿Cómo que no?
-         Eso mismo, no debería, porque todas las mañanas te miras al espejo pensando en mostrarte como una persona rebosante para el resto, pero no para ti… masticando tus defectos en silencio esperas que un pedazo de vidrio pintado diga lo bonita que eres, con todos tus detalles que son tan lindos, tan tuyos.
-         ¿Me amas?
-         No preguntes tonteras
-         ¿Me amas? (en un tono regalón)
-         Tu amas a otra persona
-         Entonces, ¿Por qué estás aquí?
-         Nos vemos mañana
Una falda roja traza el camino del galán borracho. Aquel de juicio nublado que emite ruidos extraños antes y después de cerrar la puerta,  muy parecido a un felino jadeando en agosto.
Al día siguiente se encuentran los mismos amigos para tomar desayuno en el conocido local que compartían en sus años universitarios. Aburrido de esperar, él se pone de pie y pide algo…
-         Dos cervezas por favor  
-         ¿Dos vasos?
-         ¿Cómo que dos vasos?, dos litros
Bordeando las nueve de la mañana, él mira con nostalgia los vasos fríos en la mesa, entretanto, ella guarda su botella de leche y exhibe un variado menú de alimentos no refrigerados (dos papas fritas y medio chocolate mordido).
-         ¿Qué pasó con eso de la vergüenza?
-         O sea, debo exigir un buen desayuno …
-         (ella da un sorbo y lo mira)  ¿Cómo te fue?, ¿Quieres?
-         (toma el chocolate y le da una mascada)  La verdad es que estaba pensando en ti cuando el acto se volvía más candente, no sé, fue como un sueño vívido.
-         Solo en tus sueños
-         Porque tú lo quieres así, metida en esa mierda del amor y la vida en pareja, que no es vida, porque en tu caso no es en pareja, más se parece a la soledad de una paloma que recoge las migajas que le dan, pero la paloma es capaz de darse cuenta que el pan se acabó… tu no.
-         Te excediste (ella toma sus cosas y camina rumbo a la puerta pensando en seis meses de silencio)
Un minuto después, ambos se encuentran de frente en la vereda. Él cierra sus ojos porque la luz del sol le da dolor de cabeza. Ella fuma triste. Con timidez avanzan como idiotas, hasta sentir el calor fermentado de otras manos en la espalda, mientras un potente olor a cabeza aleja todas las dudas. Su barba pica, pero la irritación se pierde en un beso que detiene todo lo demás. Sus labios quieren decir algo lindo, pero no se atreven, miran la felicidad mientras pasa…
-         ¿Quién chucha te dijo que podías agárrame el poto?
-         Es que no pude evitarlo… estas muy rica
-         Saca tu mano ahora
-         Gracias por no enojarte. Tanto.
-         No quiero, solo necesito saber por qué te volviste tan desvergonzado, ¡Saca la mano te dije¡
-         si te digo… ¿Prometes guardar el secreto?



Álvaro  Figueroa  Aranda