Agosto
El año es una ensalada de meses cada uno con su sabor,
dulces como las manzanas o hediondos a orines y sangre. Curiosamente, este se
escapaba de los parámetros, ¿será por el aire marino? La ciudad de los gatos derramaba
pasión en pelos y sangre que fluían
canaletas abajo, techos quejándose de noche, a gritos. Amor animal y violencia.
Hembras excitadas miraban a los machos violentos que arreglan
sus problemas a manotazos para asegurarse una buena cópula. Pasiones merecidas;
como un derecho propio sin permiso ni prejuicios. Una tortura constante y
divertida de bestias felpudas que se toman el lugar sembrando el insomnio, mientras
nadie reaccionaba, ni siquiera él. Un gato que vivía cada día como si fuera el
último. A pesar de tantos gritos y reclamos de la independencia y la dependencia
en su propio techo.
-
Estoy aburrida de tu adicción a la leche
rancia, a los techos ajenos y a esas juntas pulguientas que tienes por amigos,
gatos de mierda. Mírate todo pegoteado, hediondo a noche en celo, cuando el
celo está en tu propio techo, no te vasta, no es suficiente, para ti nunca lo
es.
-
Julieta, a veces a usted se le olvida que es
una gata y termina comportándose como una perra, estoy aburrido de tu adicción al compromiso,
revuélcate por ahí, sobran techos y gatos, días para disfrutar y parece que tu
no quieres disfrutarlos, no te aceptas, limas tus garras y te quedas acá todo
el día. Me largo.
Julio toma un sorbo de leche rancia y luego mueve una
pata para limpiarse los ojos pegados tras una larga noche. Mira tranquilo, como
esperando una respuesta mentirosa, un recuerdo conocido, un día distinto, pero
nada pasa. Arto de compartir su lugar con una
gata que espera un poco más de él. La mira indiferente y salta.
En el techo vecino, Benito despierta en una pose
indecorosa, con un ojo pegado y el pelaje manchado de recuerdos pasionales. Recuerda
la noche anterior, ese olor. Esa figura de gata recia e indiferente que no
estaba al despertar, quizás lejos en otro techo disfrutando de agosto como todos los gatos. Mientras, el
maldito evoca esos concejos que nunca se olvidan…
Mira
cucho, te lo voy a decir por última vez. En este mes se supone que los gatos
deben disfrutar sin prejuicios, es decir, que tus reservas de soldados deben
agotase en todo sentido y circunstancia, con cualquier gata. No tienes que
gozar siempre con la misma, los gatos son así, entiéndelo, disfrútalo y asúmelo…
Luego del lapsus y con el ojo abierto, Benito ve caer a
su amigo al patio de la casa. Mientras lo ve rodeado de caninos idiotas y gente
que no sabe vivir, le dice que salte,
que se mueva, pero este no puede, los años pesan y las garras han perdido su
filo. Con ganas se arregla el mundo y se cuida la vida. Sube al tendedero, de
ahí al muro y del muro al techo. Cuando se miran el pelaje, la distancia saluda…
-
¿Que te pasó en el ojo Benito?
-
Demasiada pasión
-
Te he dicho que esa gata no
te conviene, idiota. Dicen que su primer agosto la dejó traumada, y desde
entonces hay que sacar número para subir a su techo…
-
Y a ti, ¿hasta cuándo va a reclamar Julieta?
Casi te tira unas latas por la cabeza, ¿Quién fue ahora? kitti,
Edith, Claudia, ¿Quién?
Julio piensa en la reacción de su amigo, lo recuerda
enfermo en invierno, triste en verano, y complicado buscando techo el resto del
año. Cree que la mejor respuesta es la verdad, que la vía sincera le va a dar
un momento de lucidez, un despertar gatuno, un ladrillo en la cabeza. Como un
cenicero que los humanos les tiran a los gatos por deporte, pensando en que el
golpe acierte y mate su propia conciencia. Lo piensa bien, reflexiona y miente…
-
Fue por la leche rancia y los amigotes, nada
más ¡Oye…mira ¡
-
¿Qué?
-
Esa cola moviéndose en el entretecho, parece
que es Jenny…
Sin esperar una respuesta, Julio muerde la cola de Benito
calculando la trayectoria del salto en línea recta hacia el placer, siguiendo
el movimiento femenino que lo guía desde el entretecho. Benito enfoca con el
ojo bueno y se encorva en el aire para no caer al patio…
(Interludio)
Sin ganas de quedarse a ver la función, Julio recorre los
techos de la ciudad buscando respuestas. Piensa en disfrutar el día por delante
mientras el viento le mueve los bigotes y menea algunos árboles desérticos. A
pesar de todas las cosas que quiere sacar de su cabeza, se las arregla para
estar atento. Menea sus patas para no caer a un patio (de nuevo) y en ese
momento recuerda a su madre gateando techos ajenos (siempre disfrutando la vida).
Algunas veces se quedaba con él para decirle…
Los
lazos son muy peligrosos (le dijo en Julio antes de Agosto), aprende ahora las
cosas difíciles de la vida, porque después va a ser muy tarde, cuando ya no
esté vas a caminar solo. Vive siempre en agosto.
Después del casi accidente, desvía la mirada de sus pasos
y la dirige hacia una gata madura que
está disfrutando sin temores de caer. Tres gatos jóvenes esperando un descuido,
y ella menos ansiosa aguarda una mirada antes de saltar al siguiente techo…
Julio la observaba atento cuando un ruido en el techo
vecino muestra unos gatos pequeños queriendo bajar. Su padre los toma y los
deja en el centro, grita, dice que el patio es peligroso, que no deben caer, que
es importante aprender antes de saltar, con tiempo. Cuando el viento se tragaba los
concejos paternos un gato pequeño cae. El padre deja el sermón y baja
rápidamente sin miedo a perros ni humanos, toma a su hijo y lo sube, ¿dónde
está ella?, ¿qué está haciendo?, ¿Quién sabe?, lo toma, lo abraza, bebe un poco
de leche rancia y mira a una bola de pelos que cae al patio de su vecino. Desde
lo alto le dice…
-
¿Qué pasó Julio?, parece que te gusta andar
metido en problemas
-
Voy a olvidar
tu comentario porque me importa más lo
que acabo de ver, ¿Quién es esa gata que está ocupada en el techo de tus vecinos?
-
Es mi mamá.
Una estruendosa risotada suena por varias cuadras a la
redonda (hasta se despiertan los perros). Empapado de goce burlesco, Julio se
retuerce en el suelo disfrutando el estrés de su amigo, quien solo cuida a sus
gatos porque su madre no le ayuda. Diez minutos después, ya en un techo seguro,
le pide las disculpas correspondientes y escucha una historia…
Desde la llegada de su madre Sandro ha perdido el brillo,
su pelaje está opaco y sus ojos rojos agotados no lo han dejado disfrutar ni un
puto día del mes. La gata que compartía su techo se fue aburrida de esa madre
tan demandante, por eso cuando unos gatos gitanos la invitaron a pasa la noche en un árbol de la plaza, simplemente
se fue. Más encima no se llevó a las crías, que sin leche materna y con un
padre estresado reclamaban siempre por comida y cariño. Sandro dice que hace lo
que puede, que no le interesa ser padre, pero lamentablemente debe serlo. De
hecho, su última cita íntima se ve borrosa a principios del mes, cuando el
techo era propio y las pulgas se compartían.
-
Mira Julio, te digo que esta gata me tiene
arto. Será mi madre, pero quiero verla lejos, gata de mierda… ¿puedes cuidar a
los gatos?
Antes de que Julio conteste, las patas del estresado
animal se pierden en un entretecho cercano. La punta de su cola se va a las
tinieblas y Julio, con cara de pocos amigos se queda cuidando, esperando y
lamiéndose…
(Interludio)
Media
hora después…
Sandro aparece con el pelaje de otro color, el blanco invierno de hace algunos minutos ahora
es un gris amarillento que lo muestra saciado y orgulloso, reposado. Conforme,
después de pagar una pequeña cuota del mes, feliz se acerca a su amigo y
agradecido le dice…
-
Escuché que Johnny te anda buscando, de hecho
está en la plaza con su guardia personal. Dice que al encontrarte no quedarán
pelos ni motivos para que sigas siendo gato. Su amigo “el adicto” dijo lo mismo, pero se calló de un árbol
antes de pronunciar la última palabra.
-
Ese pulgoso de mierda me tiene sin cuidado,
está reclamando porque lo eché de mi techo cuando llegó una mañana mientras, tú sabes.
-
Cuídate, es lo único que te puedo decir
-
Gracias…
Julio avanza cuando el atardecer comienza a saludarlo. Recordando
los concejos de su madre, trata de disfrutar el aire marino mientras decide sin
saber qué. Justo en el tiempo acortado cuando pasa en movimiento, se da cuenta que sus pelos ya no tienen el mismo color. No
sabe dónde va. Simplemente avanza sin saber, sin preocupaciones. La idea era
salir de ese techo infernal (su techo) para olvidar la pena y la gloria de tiempos
que se esfumaron como pelos de la cola. Piensa en su amigo, al que una mentira
lo mantiene cuerdo en un entretecho disfrutando de su independencia. Queda poco
sol, poca luz para iluminar una cabeza llena de leche rancia que se vuelve
amarga (sorbos prestados), una garra indiferente. Despierta. Se da cuenta que
está en la plaza y que los problemas se acercan.
Pocos gatos dejan de lado sus labores durante este mes; específicamente,
el susodicho bien calificado“de mierda”, da pasos amenazantes. Como vestigios
de una ira contenida del que quiere ser visto y temido por sus garras pequeñas,
avanza entre las ramas consumidas de un árbol viejo. Julio en una pose calma
respira, esperando el momento correcto.
Y desde los
árboles caen garras sin mesura, sin control. Puntos que traen dolor y sangre
con pelos que enredan una carga de disputas bien atendidas. El miedo que nunca
llegaba, por fin llegó. Julio se sintió débil por primera vez en nueve vidas,
con la miraba escondida y la cola enrollada en la tierra, pidiendo ayuda al
cielo de los gatos, sin respuesta, estaba solo, recibiendo la golpiza del
siglo.
Pasaron algunos minutos hasta que una pequeña posibilidad
cae del árbol. Tratando de evitar la
masacre, sus patas sienten la sangre que entibia desde el suelo.Tiembla. En ese
momento una sombra quita la luz del cuadro y no deja ver a los gatos huyendo de
los palos que caen desde una casa. Ladridos del otro lado de la cerca; humanos
corriendo en ese suelo podrido. Dejando un rastro de sangre, ambos gatos se
encuentran lejos del lugar, escondidos buscando calma.
Julio no puede contener la verdad, tiene que saber, es
parte de su vida, parte de lo que perdió. Benito trata de sacarse esa capa de
mierda que tiene en el ojo y no puede,
frustrado se lame para embellecer las zonas damnificadas por un interludio pasado,
pero no puede ver claramente, todo a la mitad.
Las palabras de su amigo se escuchan sin claridad, esa claridad que
mueve una garra decidida y saca la oscuridad indecisa, ahora el ojo está limpio
y escucha…
-
El problema que tengo con Julieta no tiene que
ver con lo que dije antes, nada de leche rancia ni gatos. Lamentablemente para
ti, esa gata por la que preguntabas, es el motivo, Verónica. Una ilusión de
Agosto que brilla todo el año, pero no para ti, solo para ella y los gatos que
no esperan más de su techo, eso.
Benito lo mira antes de saltar del árbol. Sin ganas de
volver a mirar los techos de la misma forma enfría su cabeza para largarse y
olvidar ilusiones en ese lugar que nunca fue suyo aunque quisiera, cuando daba
tanto de sí mismo para recibir sordas respuestas. Ahora quería otra cosa,
seguro que desde ese instante los techos de la ciudad nunca serían un hogar.
Ya entrada la noche y sin despedidas, Julio vuelve a su
casa en las peores condiciones. El camino es largo de vuelta y la felicidad de
una decisión tomada le saca una sonrisa. Piensa en la conversación y las
consecuencias. En una nueva vida sin la gata que le ha dado tanto. Muchos
intentos fueron necesarios para subir, y ahí estaba ella, disfrutando.
Álvaro
Figueroa Aranda