miércoles, 31 de julio de 2013

Tácito



Ella caminaba distraída la mirada buscando colores y formas; esperando que algo la sacara del tedioso viaje. Rutinario y loco transito hacia el trabajo. Nunca subía la mirada pues se sabía poca cosa a la luz de las oficinas y sus ternos perfumados y faldas planchadas. Poca cosa a la luz del día. Incluso a la luz de esos ojos de gran párroco que la miran entre caramelos, chicles y revistas cada una de las veces en que compra el diario en la esquina, antes de entrar a su faena diaria.
           
            En ese instante (en esta esquina con su quiosco) es cuando su nada basta realidad se aúna con la de sus compañeras que, al igual que ella, perdieron en algún momento el tren que las conduciría a sus sueños de adulto feliz y exitoso. Se quedaron en propinas del presente, en piropos con cafeína y colillas de cigarrillos mal olientes.
           
            De vez en cuando pasaba que, de tanto pasar y pasar por las mismas calles, los mismos pasos, casi los mismos zapatos… sucedía que el hoyo del zapato desgastaba la realidad y Eli dejaba una estela hecha hendidura por el cemento.  A cada paso que daba, se sumaba un día más que lograba horadar el asfalto. Eli pensaba al mirar sus pisadas que no era ese el tipo de huella “histórica” que había soñado dejar con su existencia.  Un café la volvió a la superficie de la realidad y su traje de trivialidad la revistió como un repelente industrial a la idiotez y a esa lasciva humanidad de sus clientes.
            Que pena no vivir cerca del mar, playa, río o estero… así, (se decía), podría soñar con un rescate embotellado a modo de misiva romántica que el azar de las mareas le trajese despreocupadamente. Muy lejos de arenas y sales, de calor y brisas húmedas, ella se consolaba con que las palomas urbanas le cediesen frescura; oscura, pero “frescura” al fin. Ellas las opacas voladoras, hacían que sus ojos se levantaran sin miedo y que sus esperanzas vieran y soñaran por unos segundos con algo más que el cemento, café y corbatas abultadas de morbo.
         

              Todas las mañanas eran la misma que hace cinco años. Como una función de títeres que se repite y repite casi gastando realidades. Eli pensaba a diario en un “qué pasaría si...” pero la inercia de la mañana y el despertador con gritos, un pan tostado (casi quemado) y regaños del padre jubilado, le hacían arrancar de casa y de esas penas de familia pobre que alguna vez aspiró a ser de clase media. Dejaba tras el “crack” de la puerta lo que no quería ser. Se obligaba a continuar la vida con su rutina; sin aspiraciones… Y así como un fervoroso y correcto religioso parte sagradamente a su rito los domingos, ella partía a diario en el tren de la repetición. Así como un clérigo con sotana que reproduce gestos y palabras sordas una y otra vez, sin mirar a las cabezas devotas que abren sus bocas por un trozo de pan de perdón, Eli, ataviada de pantis, una blusa y falda tan baratas y negras como su vida misma. Sacaba un lápiz del bolsillo y una libretita blanca para  anunciar su pregón de ofertas.
Mesa a mesa entregaba cortados, mocachinos,  endulzados con un obligatorio escote. No miraba ni ojos ni cabezas porque todas eran lo mismo. Una vida claustrofóbica. De vez en cuando alguna anécdota se le cruzaba para exprimirle una fútil sonrisa. Eran guardadas estas instancias como tesoro para las noches en que no conseguía sueño.

            Elizabeth pensaba que la vida se había reducido en el momento en que la familia comprimió su nombre a solo dos vocales y una flaca y larga consonante: “Eli”. Recordaba algunas fotos del colegio en donde aparecía justo en medio de sus dos mejores amigas, más bajas y con algo más de grasa que ella. Creer que la trama de estas imágenes la predeterminaban al punto de reflejarse incluso en su nombre, le daba cierto sentido de pertenencia. El sentido cierto duró varios años, hasta los días en que ya no usaba uniforme y podía llegar más tarde a su casa. Una de esas noches vio una calle con un hombre grande y viejo ostentador de poder, acompañado de dos lindas mujeres un tanto más bajas (y mucho más jóvenes) que él. Una en cada brazo. Mucho humo, sucedáneos de perfumes y brillos de joyas baratas les daban a los tres un halo de placer pérfido. Pensó rápidamente en sus amigas y las fotos. Elevó sus reflexiones al punto de convenir jamás andar en grupos pues ella tenía valor por sí misma y no necesitaba “personas-  accesorios”. Esa noche llegó a su casa y no pudo dormir. Creyó que este pensamiento sería la llave para no tener el mismo hado que su familia. Tras un destello de sabiduría cayó en cuenta que no era solo de su familia sino que de todo el barrio; ¿Cuántos habrán así en el mundo? De pronto el mundo fue lo mismo que su calle con sus esquinas, incluso que su casa. No pudo respirar de tanta aflicción y aceptó ser una más de muchas Elis. De ahí todo fue gibarizado; desde sus ganas, sus sueños… la plaza donde jugó por años se convirtió de repente ni en la mitad de sus recuerdos, pues las calles de autos debían agrandarse por normativas municipales. La  alcaldía argumentó que el gran progreso trae comodidades como los autos… autos que llevan al “lejos” a otras personas. Jamás a ella…  
Así, las faldas se acortaron en pos de una mejor propina (y menos dignidad); con ello, su mirada perdía longitud…
           
Un día de esos en que los fríos intensos descansan y los desnudos brotes de vida florecen implícitamente sin siquiera escuchar la música de la lluvia (sin decir nada), un incidente flexionaría monotonías y destinos.   En esa nada mojada parece dibujarse una ventana, Eli levanta su cabeza gracias al vuelo de un “quizá” con alas… Un alguien mueve sus brazos tratando de alcanzar lo que vuela  rumbo  hacia sus manos… el viajero era un papel que lo cambió todo: restituyó el cemento carcomido y perforado por zapatos que fueron nuevos en un segundo. La calle tuvo hasta nombre, y el aire de pronto cambió su densidad. Eli creyó estar bajo el agua y que el papelito era su salvavidas que la llevaría a flote. Junto con su humanidad, sus brazos se alzan a recogerlo de vuelo. Era un billete de bus sin ocupar. Se ve viajando, lejos de todo y de todos. Llena de vida y hasta con ganas de pensar en un futuro. Lo observa como un místico revela a Nostradamus en su lectura. Supo entonces que era hoy el día en que su tren pasa por última vez. Desaparece la casita pobre a la que estaba postulando; el papelito convierte ese humilde sueño en efectivo de respaldo para su nueva vida. Los minutos pasan alrededor en forma de gentío agobiado y presuroso.

Para cuando reaccionó, sus compañeras se alejaban de la esquina del cruel e inquisidor quiosquero. Piensa que es justo, que tiene derecho a hacer “lo incorrecto”. Siempre había tenido que elegir ese camino; porque no hay otro. -La Santa Iglesia dijo que el coludo siempre nos prueba. –Eli recordó en voz alta. Esta vez sería la última en que pensaría en el pecado. Ya no tendría más culpas.

 Se deja querer por el azar y voltea mirando y pensando dónde estaría el camino: la calle que da al Terminal de Buses. Un giro más de reconocimiento y todo su cuerpo cae  en un abrazo de un lindo y suave terno relleno de un hombre de ojos alegres. Él la mira. Da una ojeada al boleto e intenta decir algo, pero las palabras no salen. Elizabeth había dejado de ser camarera y su arrojo en el gesto, en la mirada, incluso en la recepción del abrazo le dicen al hombre que el boleto se había adueñado de ella. Él la mira fascinado sin saber bien de qué.  Pibotean sus ojos entre la ventana de arriba y esos aires destellantes de vida… La gente sigue pasando y pasando…Las cejas del hombre se levantan junto con su sonrisa. Ella no suelta sus sueños y se aferra al papel esbozando toda su determinación en la rigidez de su cara.
El abrazo comenzó a distenderse mientras que el hombre dejaba la ventana de lado para gozar el brío de  juventud  de su “callada” interlocutora. Ve en sus ojos el viaje, la libertad y las ganas. Ve también el tedio y la rutina que dan un gran adiós. Le gusta el abrazo y la mujer. Piensa en las veces que podría tenerla si pudiera llevarla consigo. Olvida aquello por el extraño afecto que brota como el olor de una rosa cuando se acerca curvándose al tomarla del tallo. Elizabeth le mira ya casi implorándole que la deje tomar este viaje a la no-rutina. Ambos esperan una palabra del otro pero todo está ahí; no necesitan pronunciarlo. Se acaba la lluvia pero ni el abrazo ni las miradas desvanecen. Él  decide besarla, ella asiente. El abrazo vuelve a apretarse y se fisuran realidades. Ya ni las calles ni los edificios existen. Solo nubes y frescura de lluvia recién caída. Nunca se supo cuánto tiempo estuvieron allí… (Hoy puede verse en esta esquina un gran árbol que nadie plantó y nadie sabe cómo creció en el cemento, sin embargo todos, sin excepción, aman y admiran).
Para cuando regresaron del beso, todo se había secado y la rutina seguía vida como siempre. Elizabeth quiso devolverle el boleto, pues ya su vida no sería la misma y podría seguir en su automatismo por años. Esta locura de unos segundos le ha vitalizado profundamente. El hombre no la deja ni efectuar siquiera el gesto de devolución. Entiende que ha conocido a la mariposa justo al salir de la crisálida. Quiere preguntarle su nombre, pero Elizabeth dulcemente pone un dedo en sus labios y le dice con la mirada que no hace falta… Los dos se sueltan como en una coreografía teatral al compás del latir de la ciudad. Ella toma rumbo y él la sigue unos segundos con su mirada… se da vuelta para subir al  edificio y a su vida pero algo le hace retroceder y mirarla. Ella grita feliz moviendo de un lado a otro su boleto de bus  -“¡Elizabeth!”

El hombre ya sentado en su escritorio y mirando la calle desde lo alto, pensó en lo lindo y complejo del nombre de su musa. Intentó separar raíz y lexema buscando su significado y profundidad. Entendió que si lo hacía obtendría dos nombres en lugar de uno, y sería más difícil la tarea. No dijo ni hizo nada porque ya todo estaba dicho. Este nombre: Elizabeth, le sería de ahora en adelante sinónimo de infinito.






Nelly Barbagelata.

lunes, 29 de julio de 2013

La Narrativa fractálica :

Mandelbrot denominó fractales (del latín fractus, irregular) al conjunto  de formas que, generados normalmente por un proceso de repetición, se caracterizan por poseer detalle a toda escala, por tener longitud infinita, por no ser diferenciables y por exhibir dimensión fraccional. (Talanquer, 
2009: 25)  

Es decir que un fractal se forma básicamente por un principio de repetición, 
en él es posible observar la misma imagen desde cualquier ángulo o acercamiento. Dicho suceso parece innegable en distintos ámbitos, como la ubicación de las galaxias, las fluctuaciones en las bolsas de valores, incluso, en la repetición de letras en un texto. En teoría, así como el universo parecía estar regido por el “número dorado”, lo fractal aparece como el factor presente en toda la 
naturaleza. Mas no todo en la natura lo es (al menos no en esta realidad)


Un poco de teoría para cuentos: 

Por otra parte, existen universos ficticios donde el tiempo junto con otros muchos de sus componentes pueden adquirir la propiedad fractal. Se pueden  localizar en la literatura, id est la literatura fractal. Alberto Viñuela la define haciendo énfasis en los elementos recursivos tales como las “tautologías”, “historias cíclicas” y “cajas chinas”  (otro elemento que acota es la reduplicación).


Paniagua (2007) retoma dicha definición, luego la limita al nivel sintáctico de las  oraciones,  pero al hacerlo se abandonan diversos aspectos literarios, como la  invención de lenguajes —por ejemplo, el glíglico en Rayuela (Cortázar, 2006:  488)— o el uso de “palabras virtuales” para dar el efecto fractal al texto. 

Lauro Zavala también hace uso del término “fractal”; menciona que es una característica de la minificción, así como un texto perteneciente a una serie, el cual  puede ser analizado como un texto independiente o junto con la totalidad, pues mantiene una relación por su temática o estilo. Asevera la diferencia entre fragmento y fractal con la autonomía del primero y la dependencia del segundo a una serie (Zavala, 2006: 135); de lo anterior desprende su certeza: El detalle o  fractal es una unidad narrativa que sólo tiene sentido en relación con la serie a la que pertenece (135). 


Si se verifica el concepto literal, el fragmento y el fractal, en efecto se oponen; sin embargo, éste último no necesita de ningún otro componente para adquirir sentido. Un texto fractal no requiere forzosamente estar subordinado a una serie narrativa de textos integrados: sólo los signos contenidos, pueden crear la fractalidad por sí mismos.


En resumen, Viñuela se aproxima a la traslación del concepto “fractal” al ámbito literario, pues respeta la metodología básica que Mandelbrot propuso, para someterla a algunas reglas narrativas y lingüísticas. Quizá sólo omitió la especificación del resto de los recursos literarios para crear un fractal, así como una taxonomía específica del tipo de fractal literario que se encuentra. 

Por lo tanto un texto fractal debe ser aquel que sin depender de una serie o ciclo cuentístico, con base en la repetición de signos lingüísticos, no sólo en el orden sintáctico sino también en el sintagmático, fonológico, morfémico, semántico, semiótico, y mediante las leyes de una gramática preestablecida, pueda formar algún texto narrativo o poético donde sea posible observar una totalidad en cada una de las partes, de uno o más niveles de los antes mencionados.


La definición parece englobar sólo novelas, pero es posible aplicarla a textos de menor extensión, como los cuentos, en este caso: “Orientación de los gatos” (Cortázar, 1999: 13-18) y “Continuidad de los parques” (Cortázar, 1995: 14-15).


Fuente:Decires, Revista del Centro de Enseñanza para Extranjeros.
ISSN 1405-9134, vol. 12, núm. 15, segundo semestre, 2010, pp. 39-52 

miércoles, 24 de julio de 2013

Ecuación del alma


Aparecen sentimientos que suscriben 
a esferas presentes,
 y mal-traducen inestabilidad en soledad…
reflejan búsquedas ancestrales;
no individuales…
sino propias de la especie. 

Humedecen estas perspectivas
ciertas Indagaciones 
que por cierto
carecen de la absoluta
seriedad
que implica
un ejercicio como este.

El procedimiento amerita una pausa;
posible contraste…
probable matiz…
Estéticamente ya todo sentido se ha desvanecido…
Socialmente

La indiferencia permite que  pendule
por los límites llamados penumbra.
Terreno fértil de Nilo de 13 capitulaciones…
invocada en carencias
y en excesos...

Aquí
me contengo y nutro
Aquí
todo
adquiere sentido…
y el todo se entiende como un nada…
La plenitud es esto.

Muy lejano al “tener” es el amor: el placer.
Emplazada de nadas
me vacío de todo y de todos…

Epifanías amorosas y contenedoras
se traducen en esta ecuación:
Soy feliz porque soy….
Soy feliz porque Ya no soy…
Soy  feliz porque Ya no…
Porque Ya…

Ya…
Deseo, Quisiera y Presentimiento…



Deseo caminaba cinco pasos más adelante que Quisiera, sin advertirle siquiera, (tal vez queriendo) imaginándole de algún modo…
Iba Deseo aspirando unas gotas de locura para saciar la sed que provoca el caminar tan rectamente por ahí y sin descanso, con el fin claro y conciso de no perder el rumbo. Quisiera por su parte,  intentaba no pisar las huellas dejadas por su amiga, pues creía que con este detalle su vida y la de ella ganaban en horizonte y mirar.
Destino, el profeta, había pedido a las niñas hace unos días, recoger sensaciones y jugosas reflexiones que encontrasen en el bosque a fin de utilizarlas para la confección de emulsiones y brebajes varios.

Deseo siempre más intuitiva que cauta, buscaba la huella que dejan los creadores cuando deambulan por los límites de Conciencia, creando o simplemente vagando, sin la cautela que merece un acto como este: el de la Oscilomancia…  Deseo los imaginaba haciendo: creando… y les cantaba premuras antes de tomar o percibir alguna sensación, que seguramente algún distraído creador tirara por ahí, desprevenido o tal vez solamente desprovisto de la clarividencia de posibilidades infinitas que otorga la asimilación y utilización del hemisferio oblicuo. El eterno hemisferio, sinapseante imperecedero; tanto de sephirot como de sephirat… (Más cercano a Tlôn que a la Tierra).

Deseo desnudaba su mano de la membrana que la recubría totalmente intentando acariciar alguna huella creadora sin desaparecer en el acto. Las niñas habían recibido desde sus primeros viajes a Conciencia, la ordenanza de jamás sacarse el traje ni mucho menos tocar algo con la piel desnuda. Al hacerlo podrían desaparecer para nunca más estar.

Deseo, fiel a sus intuiciones y su osciloscópio, discernió que este era el momento. Ya Oráculo le había mencionado el fraccionamiento crepuscular, las retrospecciones en los espejos y éste: su último contacto con las puertas hemisféricas que conectan al mundo suyo con el de la raza de los creadores. Ella se entregó calma y generosa a la suerte.

El hemisferio oblicuo ha tenido milenios entre los creadores, pero no muchos han sabido o intuido cómo cotidianizarlo. Algunos creadores previsores, los más poderosos, decidieron trabajar en pos de velar por la existencia de su mundo tal y como le conocían. Para ello escondieron la oblicuidad-pasadizo. Quemaron cuanto manuscrito le mencionase o dibujase. Por último se prohibió estrictamente hablar de su existencia… todas estas medidas fueron justificadas con el fin de proteger a todos los creadores.

Así, los previsores se convirtieron en “Guardianes de la Moral y la Belleza creadora”. Instauraron un Canon Legalis en el que se daban a conocer al resto del mundo cómo y cuándo se podía crear. Después de algunos años ellos se autodenominaron “El Gran Clero de los Guardianes”. Con el tiempo se convirtieron en una casta superior. Los rumores del cotidiano deambular de la existencia les otorgó poderes sobrenaturales que solo eran visibles entre ellos, pues un creador común y corriente no tiene (según bulas Clericales), la capacidad ni la inteligencia para poder “verlo”, solo lo reconoce después de promulgada la ley que hace evidente su hidalga manifestación.


Deseo ya conocía la segmentación en el mundo paralelo de los Creadores y Clérigos. Trataba con esmero y premura de lograr un nuevo puente o alguna conexión entre mundos.
Había soñado alguna vez que así como en ese mundo de creadores que tanto apreciaba ella, su mundo también había sido presa de seres inescrupulosos y sedientos de poder. También éstos habían decidido manipular el contacto entre mundos… por eso la creación del traje-tegumento. El problema es que en su mundo no se sabía con certeza quienes eran los manipuladores.

En esta realidad o estado paralelo al de los creadores,  las sensaciones calificaban como tesoros de máxime valía; las reflexiones eran por su parte, tan valoradas como amadas para la ingesta y la confección de tegumentos de viaje (algo impensable hasta ahora por un creador).
Sensaciones y reflexiones eran usadas también para cultivar cepas de conectores inter-chums, de intertextos vehiculares y de los ya muy antiguos, casi convertidos en piezas de museos: los ex – renombrados hipervínculos.
A decir verdad, toda su tecnología y ciencia estaban basadas en estos dos elementos extraídos de la conexión con el llamado “otro mundo”.

Lo curioso de todo era que solo los niños podían percibir y cosechar estos primos elementums.  Deseo increpó alguna vez a Destino (el profeta) por semejante curiosidad: –Si finalmente son los grandes los que las ocupan para fabricar tecnología, ¡no nosotros!-le dijo con cierta excesiva soltura. Destino le profetizó calma y cautela para sus cavilaciones, pues de lo contrario La Nada se la llevaría antes de tiempo. La niña, tan intuitiva como joven, decidió encausar su centro al discurrimiento de la periferia, para observar y no sentirse presionada…

En el otro mundo, el de los creadores, pasaban desapercibidos los momentos de oscilomancia. Para los creadores era solo un momento más del proceso elaborativo, sin merecer nombre alguno ni definición en los manuales ortodoxos, pues los clérigos habían dictaminado su poco y a veces nefasto valor medular; pues las creaciones sin sensaciones ni reflexiones son igualmente creaciones, y funcionan óptimamente cuando se las interrelaciona con otras idénticas.

La niña Deseo con su mano desnuda, tocó una huella creadora. Sintió que alguien también tocaba un algo inexpresable suyo justo en ese momento. En alguna parte de su oblicuidad creyó sentir la presencia de algún creador.  Sus fluidos recorrieron sus sistemas a tiempos exorbitantes. Todo en ella convulsionó y su traje ya no era una membrana coloidal sino un tieso y grueso atavío helado. Creyó estar en sus últimos instantes, pues sus interconexiones fluyeron a todos lados y la periferia dejó de ser afuera. Sintió que su mundo y el de los creadores eran uno solo: Todos sus canales fueron uno en esencia y  permanencia.
Ella dejó de ser pequeña; el frío de la metálica vestidura la volvió a contraer una vez más y casi al instante nuevamente crece y se eleva exuberante de saberes y percepciones. Sin quererlo ella, su movimiento y transmutación rompen con todo posible orden.
Desnuda completamente, grande y feliz. Sintiendo absolutamente todo en potencia dirige su mirada a la Luna.


Quisiera pasaba los días acariciando rincones con gotitas de anhelos. De vez en cuando partía tras Destino por una galleta de herbolaria y uno de esos locos cuentos ancestrales de cuando los creadores sabían de la existencia del mundo de los cognomances. Quisiera suspiraba cada palabra del viejo. Creía que le podía servir de alimento para crecer y ser grande (para conocer a los creadores, pues solo los grandes pueden verlos).




Desde siempre, Quisiera gustaba de los creadores melancólicos, y les reconocía solo por el color de sus reflexiones. Antes de llegar a Conciencia, Quisiera ya presentía esos colores jamás vistos por ella. Decía que estos colores eran más aspirados… más suspirados que los de otros creadores. Nadie, ni un solo niño podría percibir esa diferencia más que Quisiera. Esto la hacía única… Destino la prefería por ello.

Esa tarde, la niña preferida por el viejo profeta, decidió salir escondida y sigilosamente tras su amiga para en algún momento en el bosque, sorprenderla y reír juntas… Ocupada en no situar su pié por donde había pisado Deseo, caminó casi todo el sendero mirando hacia abajo, por lo que su cosecha de sensaciones y reflexiones no fue muy numerosa… Además había dejado su aparato medidor de oscilaciones en casa, mal podría entonces encontrar huellas de creadores. Las únicas y pocas que llevaba eran de esas reflexiones especiales, las que ella ansiaba…



Al llegar a la orilla del lago, vio una luz que se elevaba y extendía por casi todas partes. Quisiera enfocó mejor y descubrió que era su amiga quien emitía tanta luz. Pensó en volverse a buscar a Destino, quiso moverse pero un anhelo se le atravesó en la garganta y se quedó paralizada.
Deseo se retrajo una vez más para posteriormente expandirse completamente. Llena de placer y felicidad, adulta ya y desnuda como siempre ansió deambular por doquier, vuélvese hacia su amiguita aún pequeña y con la mirada le cuenta todo lo que ha vivido.
Quisiera asustada no entiende misivas oculares y saca de su bolsillo un espejo para mostrarle a su amiga el error que ha cometido. Deseo al mismo tiempo piensa en un arquetipo y éste aparece en forma de espejo en sus desnudas manos. Quiere demostrarle a Quisiera que su cara y su cuerpo no reflejan precisamente lo que ella ansiaba tanto y que hoy  es parte suyo: ¡la felicidad de la desnudez!

La luna hizo un reflejo en forma de un signo ilegible para muchos. Destino entendió que el presagio de Oráculo se había consumado y partió lo más rápido que pudo por el sendero internándose en el bosque.
El reflejo se demoró unos instantes en llegar al lago. El signo de luz lunar  reflejó en el espejo arquetípico de Deseo y luego siguió camino rumbo al de Quisiera. Simultáneamente al tocar éste, se abrieron dos ases de luz que viajaron uno a la luna y el otro al espejo que a duras penas lograba sostener Destino muy cansado por el esfuerzo de llegar a tiempo.

Quisiera vio cómo aparecían palabras asombrosas en las piedras. Destino logró recibir la luz y comenzó a ver signos ancestrales que comenzaron a solidificarse, materializarse en diversas columnas volátiles; cada una parecía una palabra completa: un concepto totalizador. Todos los signos llevaban un color rojizo de brillos metalizados, todas pendiendo de la nada parecían contrastar con el oscuro del bosque, los destellos lunares en el lago y las flores opacas de luz nocturna. Semejantes a colgantes de balcón, las figuras pendulaban con el viento y los ases lumínicos les atravesaban reverberando pulsiones sin títulos ni disfraces. Pendiendo de la nada, formando algo así como palabras o gestos hechos signos, jamás pronunciadas (al menos no en estas dimensiones) cuajan en los labios de Destino, Quisiera y Deseo. Al unísono logran entenderlas y cantarlas…un halo de felicidad extasiante recubre el paisaje. Todo se nubla en una cosa parecida a un torbellino dorado.

En el mundo de los creadores hubo destellos en los cielos de colores rojizos y tenues brillos dorados y un calor agradable se sintió en todas partes.  Los creadores profesaron deseos de hacer y concretar. Pintaron  los edificios y calles. Del gris pulcro pasaron al arcoiris poético. En las calles se reconocían como amantes de la belleza y sensibles creadores, todos convocados a la magna ópera totalizadora de la felicidad. Escenas de abrazos con llantos de alegrías, intercambios de presentes artesanales y artísticos, cantos grupales y cuanta manifestación de alegría y arte apreciábase por todos los rincones del mundo.


La gran Casta de los Guardianes por el contrario, los únicos en no celebrar, solo desearon desvestirse y correr por la hierba fresca gritando necedades y palabras ininteligibles. Presos los clérigos de una locura desataviante,  algunos creadores sintieron amor por ellos y en parte algo de compasión. Una necesidad oblicua les instó a crear un obsequio magnánimo. Entonces erigiéronles un gran monumento en forma del gran arcano Cero, en honor y respeto a su loca liberación.

Los cognomances grandes entendieron todos que había llegado el momento de la fusión y cedieron sus cuerpos al todo. Los niños que jamás habían escuchado de tal evento, solo unieron sus sinápsis a las de su maestro: el viejo Destino.
Se vio entonces en los cielos muchas líneas hechas de conectores infantiles. La trama era perfecta y bella; parecía una pintura simbolista. En el lago, Destino subía flotando a juntarse con Deseo. Reflejáronse el uno en el otro. Por unos instantes todo fue calma, casi inmobilidad. Destino desarmó su tegumentoso traje al recibir los lazos sinapceantes de sus alumnos. La vacuidad de sus saberes fueron llenadas por Deseo. El viejo rejuveneció y sus carnes explotaron al impacto del calor de Deseo.
Deseo alzó su mano justo a la altura del pecho de Destino, una luz de felicidad inundó a Destino expandiéndolo hasta lo impensable. Sus presagios quedaron repartidos por casi todo el cielo. La explosión duró solo un instante. La luz se retrajo y Destino ya no era él sino ella y él al mismo tiempo. Andrógina, casi más hembra que macho, cambió su nombre por Presentimiento y dejó los votos de profeta para caminar libre hacia el sendero de los Arquetipos.

Quisiera lentamente añoró convertirse en el maestro ascendido, pero al escaparse sus pretensiones por los canales abiertos sinapseantes, comenzó a crecer y sintió que el placer de Deseo era delicioso. Se dejó elevar por ella, suave y lentamente hasta estar frente a frente. Ambas reflejáronse y Quisiera se descubrió masculino. Quitóse sus atavíos y nuevamente creció. Decidió llamarse Intelecto.

Deseo e Intelecto se fundieron en un gran abrazo del que originaron miles y miles de niños cognomances, todos desnudos y felices jugaron en el lago por unos instantes de eternidad. Luego recibieron vestimentas livianas del padre, y la madre les dio caricias y  bríos para el inicio del propio andar. Ambos padres encausaron el rumbo de sus hijos hacia las fronteras oblicuas.

Deseo profundamente orgasmizada, resalta sus atributos para convertirse en un destello y atravesar. Pretende dignificar la oscilomancia en el mundo de los creadores y convertirse en la diosa de la creación.

La oblicuidad se dejó caer entre los creadores como fugaces interconexiones mentales, colectivas y personales. Las circunstancias y los acontecimientos comenzaron a encajar y coincidir. Los mapeos metales, espirituales y hasta los sociales también encajaron y coincidieron. Uno de los creadores, que desde hace un tiempo deambulaba por el hemisferio oblicuo,  intuyó que el nombre sería Sincronía; así se le llamaría desde ese momento a la activación del puente hacia Conciencia.
Otro creador intuyó en diseño y en colores. Recordó manifiestos ancestrales hechos pictogramas arquetípicos, los re-dibujó y muchos estudiaron de él. Algunos intuyeron el nombre y el número de cada una de las 78 piezas.






(Todos los días la Diosa osilomante desea nuestras creaciones y  brinda placer y expansión al que crea.  Intelecto el cognomance, sigue cauto esperando el momento en que le necesitemos. Siempre estará allí.)









Nelly Barbagelata.